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Libro Viajero

Como sabéis ayer comenzó a viajar nuestro "Libro viajero". La primera casa que va a visitar es la de Daniel y Elena.

El inicio del cuento viajero es obra de nuestro profe Alejandro. Para insertarse el principio de la historia recurrió al binomio fantástico, que propone Giani Rodari en su libro Gramática de la Fantasía. Introducción al arte de inventar historias.

¿En qué consiste?  Se propone dos palabras. Tienen que ser dos sustantivos totalmente disparatados, que no tengan nada que ver entre sí (por ej. bruja y zanahoria). Esas palabras integran el binomio fantástico. Y con ellas debe escribirse una historia, tomándolas como eje central e intentando vincularlas. 

El binomio que nos ha propuesto el profe Alejando es "Ladrillo y pastel". Sería interesante que utilizarais estas dos palabras a lo largo del relato. 

Os dejamos el principio de la historia, para que os podáis hacer una idea de lo qué queréis incluir en ella cuando el "Libro viajero" visite vuestra casa. 

¡Ah! La preciosa portada de nuestro libro ha sido diseñada por la profe Anabel.





“Érase una vez un niño que se llamaba Tomás que vivía en un pueblo muy cerca de la montaña. Tenía 10 años y era un chico intrépido y aventurero, le encantaba investigar cualquier cosa que pareciera extraña o rara, y averiguar que pasaba. Pensaba que de mayor quería ser detective privado.

Pero además Tomás también era un poco glotón, porque, ¿Sabéis cuándo se sentía más feliz? En las tardes de primavera, a la hora de la merienda, su madre a veces le daba una pastel de chocolate (siempre que se hubiera comido todo el almuerzo, claro, que sus padres siempre le insistían con eso). Y Tomás subía entonces a la montaña, que conocía muy bien, y se metía en su escondrijo preferido. Allí, donde solo se escuchaba el agua del arroyo que bajaba, y algún que otro pajarillo perdido buscando a sus amigos, Tomás disfrutaba de su pastel como ningún otro niño podría hacerlo. Y era feliz, el niño más feliz del mundo.

Tomás tenía también una hermana pequeña que se llamaba Eva. Alegre, divertida, y muy lista. Siempre tenía que echar una mano a Tomás cuando este se metía en algún lío por culpa de sus “investigaciones súper importantes”, como a él le gustaba llamarlas. A Eva además le encantaban las matemáticas, y siempre sacaba un 10 en los exámenes. Desde luego ella no se imaginaba lo bien que le iba a venir saber tanto de mates en la historia que os vamos a contar a continuación.

Un día, cuando Tomás y Eva estaban dando un paseo por el campo, les llegó un olor delicioso que venía de la falda norte de la montaña. Era un olor irresistible, maravilloso, como nunca antes habían olido. Parecía como una mezcla de pastel de chocolate, helado de turrón y piruleta de fresa, aderezado con un poco de chicle de palo de sandía, pero del que no pica. Lo más extraño de todo es que Tomás y Eva sabían perfectamente que en el sitio de donde provenía el olor no vivía nadie. Habían pasado por allí miles de veces y nunca habían visto nada, más allá de alguna que otra ardilla y algún gatito despistado.

Pero estaba claro que aquel día sí que había alguien o algo por allí. Y ese algo desprendía un olor como ningún otro. Imaginaros, olor delicioso y promesa de aventuras. ¿Podía haber algo que atrajera más a Tomás? Claro que no! Eva miró la cara de su hermano y al instante supo lo que estaba pasando por la cabeza de su hermano. Uy uy uy!!!, se dijo. Se avecinan problemas!!!

Ni corto ni perezoso Tomás se dirigió rápidamente en dirección al olor. Atravesaron un bosque de pinos jóvenes, y al pasar un recodo vieron algo que les dejó sin aliento. Había allí, donde nunca antes había habido nada, una casa vieja, muy vieja, los ladrillos parecía que apenas se sujetaran entre sí, se sujetaban unos a otros a duras penas para evitar que la casa se cayera. Pero allí estaba, y desde luego no se caía. Tenía la casa una pequeña chimenea y de allí era de donde salía el delicioso olor.

Eva se lo vió venir, corrío para tratar de impedir a Tomás que abriera la puerta de la casa que tenía un aspecto tan raro, pero llegó tarde. Tomás abrió con decisión la puerta, como llevado por una fuerza irresistible, y al hacerlo se le iluminó la cara. Dió un paso, y entonces....”

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